Era la seis  de la tarde cuando  un tipo de porte raro entró al boliche
“Legendarias del Camino”.  Era más alto
que la media.  Llevaba una levita y un
sombrero tipo galera que acentuaban su físico racionado, casi esquelético. Sus
ojos eran renegridos, y su  visteo metía
miedo por la frialdad de la mirada.
La Cacho lo reconoció al toque. Y quedó
tiesa. Las voces de los ocho o nueve parroquianos, que estaban matando las
ganas de trabajar a puro  vino tinto
cortado con “espray”, se acallaron. 
Muchos miraban con interés un bulto con
forma de pajarera que el forastero portaba en su mano izquierda y que había
depositado con mucho cuidado en el piso, como si fuera de cristal.  
El intruso  masticaba de a ratos, la punta del  mondadientes que llevaba en la comisura
inferior de su labio izquierdo. Como toda persona educada se lo quitó cuando le
pidió al gallego Manolo  una amarga, la
que fue saboreando lentamente, casi que con desidia.
En esos momentos, La Cacho  le comentó al Maravilla López por lo bajo:
-¿Viste quién es, no? Es el
funebrero  Luque. ¿Sabes lo que te puede
pasar si te reís cuando él hace un chiste?
-Yo no creo en esas historias de mamados,
Cacho, le espetó López casi con un rezongo.
-No son historias, y menos de mamados,
terció el Bulla Píriz. Mi tata conoció a Luque hace muchos  años cuando él  estaba ennoviado con  Pochola alias "Gladys"  , la mayor  de las hermanas Piñata. El hombre le había
jurado amor eterno, estaba súper enamorado. Pero resulta que las Piñatas nunca
pudieron aprobar la materia fidelidad…
-Lo llevan en la sangre, como el Mirto,
asintió la Cacho. 
-Satamente, prosiguió el Bulla, mientras
trepanaba la aceituna negra en sus comedores laterales  para luego escupir el carozo como un dandy. Un
día, el Bocina Hernández,  ese  mismo que hace diez años  falleció ahogado en la playa de
estacionamiento de  la ruta, no se pudo
contener. Como ya lo habían  desplumado
varias veces  jugando al truco en  pareja con el Lenteja Píriz,  contra la dupla  de  Luque y el turco Gandul, les cantó una flor
así:
                        He
conocido en el pago,
                        forasteros
macanudos.
                        Alguno
hasta medio  vago,
                        pero
Luque… ¡flor de cornudo! 
 -¡Así
mesmito me la contó mi abuelo Rosalindo! aseveró La Cacho, para agregar; el
episodio pasó hace casi  cuarenta años y
ese  día, ante las risas del pueblo,  Luque desapareció  no sin antes encarar a la Gladys a los gritos
de:-¡Zorra! ¡Prostitrola! ¡Me engañaste con el lateral izquierdo del Club Higos
Verdes! Y la Gladys como para justificarse le contestó:- ¿Y qué queres? ¡si me  faltaba uno para completar la línea de cuatro!
-Luego de ese golpazo, Luque se mudó para
el Pueblo “La Yeta”  a treinta leguas de
acá, rememoró el Bulla. Dicen que se pasaba llorando, estaba  tan destruido  que dejó de comer panceta frita con huevos de
avestruz. Y además  ya no se rió más. La
depresión lo pasó por arriba… hasta que hizo el pacto con Mandinga.
-¡Así jue! recordó Bolazo Reyes. La
curandera Yoli que me tira el cuerito y otras cosas que no vienen al caso,  me dijo que luego del pacto satánico,  Luque  va poniendo las risas que caza en esa pajarera
que dejó recostada al mostrador. Por fuera de la jaula hay como agujas finitas
que son de cristal. Cuando un cristiano saca una de esas flechas,  escucha el chiste del que perdió la risa. Si
no se ríe no pasa nada, pero donde largues media carcajadita nomás… ¡chau! Te
quedás sin risa para siempre.   
Luque terminó su tercera amarga. Giró
ciento ochenta grados  para enfrentar a
los parroquianos y en forma lenta les dijo:
-Por lo que mis oídos han escuchado, veo
que muchos conocen la historia de mi vida.   
¿ Hay alguno que quiera apostar su risa, y ver cómo funciona la maquina
“Deladicha”?
Nadie osó mover  la boca.
-¿Pero en este pueblo, no queda gente con
cojones? preguntó casi con agravio el forastero.
El Mirto que recién había llegado al
boliche porque se le había quedado trancado el vestido  en un alambrado de púas, le contestó
desafiante:
-Vaya sacando esa maquinita de Mandinga
porque de acá no se va a llevar ni  una
risa.
Y ahí mismo, Mirto le manoteó una aguja. Casi
al instante, se empezó a escuchar un chiste de mamados muy, pero muy gracioso.   Como todos en el boliche sabían que no se
podían reír, hacían esfuerzos titánicos para aguantar la carcajada. Pasado el
sofocón, con el correr de los minutos; La Cacho, el Bulla, Maravilla, y el
enano  “Futbolito” que venía de jugar la
final de baby fútbol con sus treinta y siete años recién cumplidos, empezaron a
sacar agujitas de cristal de la máquina y escucharon tremendos chistes. De
gallegos, de trolos, de pelados, de viudas, de bobos, y  de ánimas. Y  la gente sin largar ni un proyecto de risa. Es
cierto que a algún  parroquiano se le
escapó alguna lágrima de alegría, a otros 
una sonrisa por la parte de atrás del pantalón…  pero risas, lo que se dice risas, a ninguno.
Luego de dos horas de “chistología”
continuada, el funebrero Luque con cara de melancolía  aceptó su destino. Después  de acomodarse la galera  a la derecha y la levita a la izquierda, les
dijo a los presentes:
-Debo reconocer que me han derrotado. Me
voy a ir cabizbajo por la ruta 87 que va al pueblo “La prosperidá”. Esa que es
de tierra, a  puro bache, desde hace
cuarenta años. Pero no pierdan la fe. Ya me prometió mi compadre;  el Edil Garquetti,  que luego de las elecciones van a asfaltarla
toda, de punta a punta. 
Y fue así que la mayoría de la barra
perdió la risa para siempre.